Muchas de las personas que actualmente están luchando en cuerpo y alma, en contra de esta pandemia, lo hacen arriesgando sus propias vidas.
En algunos sitios, los sistemas hospitalarios han visto rebasada su capacidad, para atender a la población, algunos no tienen tapabocas o el equipo adecuado para protegerse, pero aun así, hacen lo humanamente posible para salvar vidas.
Parece un panorama desolador, pero la realidad siempre ha superado a la ficción. No hay manera de que esta pandemia pueda ser algo menos que enormemente perturbadora.
Se va a llevar la vida de muchas personas, tal como ha sucedido desde que inició la primera oleada de contagiados.
Va a impactar en la economía, mucha gente va a perder sus trabajos y enfrentarse a la incertidumbre económica. Tenemos que reconocer esto. No hay un solo escenario en el que esto vaya a volver a la normalidad en dos meses
Un relato desde el campo de batalla
El presente testimonio, viene de las propias entrañas de un campo de batalla muy distinto al que estamos acostumbrados. Las guerras ya no son con misiles atómicos o ataques suicidas.
Estamos frente a una nueva modalidad de arte bélico. Donde los postulados del libro “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu se han cumplido a rajatabla.
Atacar donde menos se les espera
Es una madrugada común, saliendo de una cirugía de emergencia, una perforación intestinal, algo rutinario en el servicio médico, pero estos días de pandemias, los días son todo menos común.
Todo el globo terráqueo está abatido por la biología, un bicho microscópico ha puesto de rodillas a un mundo que se creía todopoderoso. Pero no, estamos viviendo una pandemia, se respira un aire denso, plagado de virus e incertidumbre.
Como médicos, en nuestras facultades de la universidad nos han enseñado a dejar los miedos de lado. Pero esto es distinto, no “vemos” al enemigo, solo podemos lidiar con sus efectos.
Horas antes nos llaman, tenemos un paciente en la sala de emergencia del hospital. Mi compañero y yo nos vimos, tuvimos que reconocer que tenemos miedo de bajar, a pesar de haber comprado cubre bocas gruesos.
Vamos adelante, con paso firme ante lo desconocido
Mi compañero me presta sus lentes de protección, y envueltos en ese aire asfixiante de un buen cubre bocas, bajamos a valorar a nuestro paciente, nos Acompañaba también uno de los médicos residentes, un joven con una mascarilla parecida a las que usan en los accidentes tipo Chernóbil. Es que esto ya parece una película.
Procedimos a hacer la valoración médica de la paciente. Nunca el contacto físico en medicina ha dado tanto miedo. Nos vemos a los ojos, sabemos que tenemos que operar, quizá en otro tiempo hubiéramos estado emocionados.
Operar es nuestra pasión, pero estos tiempos no son comunes, tenemos miedo porque somos humanos también. Pero también, porque no sabemos si nuestra paciente o su familia siguieron las indicaciones de cuarentena o distanciamiento social.
Sabemos que, si operamos a la paciente, nos exponernos a un microorganismo letal, sin un tratamiento médico demostrado.
En las fauces del infierno
Llegamos al quirófano, dos enfermeras que no pasan de 45 años están esperándonos. Ambas tienen hijos, los dejaron dormidos, pero se trajeron la preocupación de enfermar y dejarlos solos o peor, enfermarlos.
Los anestesiólogos también están presentes. Igual que nosotros, se les nota el nerviosismo en la mirada cuando ven a la paciente. Nos ven a nosotros, como preguntándonos si ella está contaminada o no.
Cuando llega uno de los familiares de la paciente, nos dice “Dios con ustedes”. Se sintió una especie de corriente eléctrica en el aire. Todos nos tensamos cuando vimos a los cirujanos que iban a realizar la operación.
“Dios con ustedes”. Un médico no puede prescindir de Dios en esta ni en ninguna época. Nos hacemos conscientes de nuestra limitante como humanos y solamente atinamos a responderle de la misma manera a la familiar de la paciente.
Todos vestimos trajes que parecen sacados de una película de ciencia ficción. Rodeados de máscaras de plástico transparente, una capa extra de trajes desechables, asfixiados con estos cubre bocas de los buenos.
Cuando amas lo que haces, ni una bomba atómica te borrará la sonrisa
La cirugía resulta ser más compleja de lo esperado, sin embargo, mientras operábamos a la paciente, por momentos olvidamos la época que vivimos, confiados en que la cirugía iba a ser exitosa.
Sin darnos cuenta, una de las médicos residentes toma una selfie, quizá para romper el miedo, y dijo en voz alta: “Un día le contaremos a nuestros nietos que operábamos con un virus mortal suelto, seremos los abuelos que cuentan historias…”
Todos en la sala de operaciones afirmamos con nuestras cabezas, como quien dice una plegaria.
El egoísmo de la gente y su irresponsable comportamiento
Los médicos no tienen miedo de enfermarse, de hecho saben que tienen un alto porcentaje de contraer el COVID-19. Trabajan arduamente para cuidar a las personas en esta pandemia hasta que estén sanos.
Siguen todas y cada una de las precauciones para asegurarse de no ser un peligro para sus pacientes. Luego, si llegan a contagiarse, son lo suficientemente responsables como para aislarse hasta que den negativo.
Y es que, no solamente los médicos están en la primera línea de esta batalla, también están los proveedores de insumos médicos, el personal de limpieza y las personas que trabajan en la industria de servicios asociados al sector salud.
También son trabajadores esenciales para soportar este caos con el menor número de víctimas.
Como operadores de los sistemas de salud, están trabajando a pesar del miedo, están arriesgando a su familia y su futuro, por hacer frente a esta emergencia sanitaria.
La cruel verdad de los trabajadores de la salud
Mientras tanto, a medida que la pandemia abruma al sistema médico, se coloca a todos los miembros de los profesionales de la medicina (enfermeras, médicos, socorristas, terapeutas respiratorios, etc.) en una situación cada vez más peligrosa, enviándolos a luchar en una batalla con una cantidad increíblemente grande de sacrificio personal.
Esto muestra un cruel desprecio por su compromiso de hacer lo correcto. Es asombroso ver a esta gente, muchos de los cuales entraron en su profesión por un sentido de bien público, darlo todo por nosotros.
Médicos y enfermeras jubilados, corriendo a volver a certificarse para poder echar una mano a sus colegas, mientras que los gobiernos han sido demasiado lentos para reaccionar a su creciente necesidad de suministros.
Ellos no piden aplausos, ni ningún otro reconocimiento, solamente piden algo muy sencillo: Quédense en Casa.
Claro que vamos a vencer a esta pandemia, claro que vamos a surgir de nuevo, pero depende no solo de nosotros, sino de ustedes también, porque aunque ellos estén asustados, también están dispuestos a dar sus vidas por salvar las de otros.